La ira es una de las seis emociones básicas que existen (alegría, tristeza, asco, miedo, sorpresa e ira).
Cuando una persona, ya sea niño o adulto, se comporta de una determinada manera, nos preguntamos qué pensamiento o emoción le ha llevado a eso, porque una acción no aparece de la nada. Otra cosa será que la persona no sepa identificar qué ha sentido para reaccionar como lo ha hecho.
En el caso de los niños es aún más complejo, puesto que ellos tienen que aprender a reconocer esas emociones primero, y a actuar y transmitirlas de forma adecuada cuando las sienten, y para eso hay que ayudarles un poco.
Un niño que se siente feliz sonríe, un niño que está triste llora, un niño enfadado se enrabieta. Los niños aprenden poco a poco el significado de lo que sienten, aprenden poco a poco a controlar sus emociones: muchas veces les enseñamos qué es el cariño y cómo expresarlo, con gestos tan bonitos como dar abrazos o besos, pero tendemos a dejar de lado las emociones que no nos parecen tan buenas y eso hay que intentar evitarlo. Tenemos que ayudarles a controlar esa emoción también. Lo necesitan.
Una emoción no es positiva o negativa. Estar triste o enfadado no es malo, simplemente no nos gusta sentirnos así y por eso lo rechazamos, pero son emociones que nos ayudan a desarrollarnos como personas y no debemos eliminarlas. Por ejemplo cuando perdemos algo o a alguien querido nos sentimos tristes, es la respuesta natural y no se debe negar, rechazar u ocultar. Y si se comete una injusticia con nosotros nos enfadamos, y es lógico y normal hacerlo. Los niños lo hacen exactamente igual y por eso tenemos que ayudarles y no enfadarnos aún más con ellos, tenemos que centrar nuestra atención en ayudar a gestionar su ira y de esta forma ellos poco a poco lo harán solos.
El problema no es el sentimiento, sino lo que hacemos con él, y esa diferencia es lo que debemos transmitir a nuestros hijos. Cuando un adulto tiene un conflicto con otro, suele disponer de varias alternativas para ayudar a gestionar esa ira: vocabulario y capacidad de dialogo, saber que le ocurre y porqué, capacidad de buscar soluciones…
Sin embargo, un niño pequeño no posee ninguna de estas habilidades, empezando porque no entiende el sentimiento. Sólo sabe que, ante una situación tiene una necesidad de actuar, de soltar toda la energía que se le ha acumulado de pronto y que le lleva a estar tan enfadado.
Debemos dejarle bien claro a nuestros hijos que por ejemplo pegar no es la conducta apropiada cuando uno se enfada. Y siempre, acompañando el NO con un ejemplo de lo que SÍ. Si le decimos a un niño que no debe pegar cuando se enfade, no le estamos dando solución, sólo limitando sus posibilidades. Los niños pequeños necesitan que les demos pautas de actuación para entender bien lo que deben hacer: ‘No se tira la comida al suelo, si no quieres más sólo ponla en un ladito del plato o de la mesa’
Además, podemos hacerles ver qué emoción es la que están sintiendo: ‘ Ahora estás un poco enfadado pero no te preocupes que pronto se te pasará’; de esta forma cada vez les resultará más sencillo reconocer la emoción y recordar qué deben hacer cuando se sienten así.
Una vez reconocen su ira y enfado puede ser que lo manifiesten (siempre teniendo en cuenta la edad del niño claro): «Estoy enfadado por esto / esto me ha enfadado /me ha molestado que hicieras eso». Compartir esa información ayuda, ya que normalmente los niños se enrabietan para mostrar su ira o enfado, por lo que decir lo que sienten es una forma muy directa de que los demás sepan que está ocurriendo.
Puede que incluso así no se le pase el enfado. Está bien, no pasa nada y no os alarméis, dejemos que pasen su proceso de enfado y “desenfado” a su ritmo, preguntándoles cada cierto tiempo si quieren incorporarse al juego, charla o actividad o si quieren hacer algo.
Al final podemos concluir que solo debemos acompañar a nuestros hijos en sus procesos ya sean más o menos agradables y entre ellos y nosotros descubrir los placeres de la crianza.